"¡Qué mierda ser yo!". Repítaselo en bajito, a solas, sin que nadie le vea. Luego inténtelo decir en alto, a pulmón abierto, rodeado de sus seres queridos -incluso en compañía de alguien desconocido- y aderezado de sus desgracias, lamentos, fracasos y desilusiones. Una y otra vez, una y otra vez. A continuación, contemple en silencio como el resto proceden a repetir la misma operación y disfrute con la evidencia de ver como las desgracias compartidas nos hacen menos desgraciados.
Durante el descanso de Avenue Q, que pude disfrutar el viernes gracias a los buenos amigos de ProgramaTe, ésta fue la frase más repetida en la platea del Nuevo Apolo y en la zona del bar -indispensable visitar cuando uno acude sólo al teatro y busca impresiones sobre la obra-. Quizá sean las circunstancias vitales que nos rodean en estos tiempos de mediocridad, grisáceas perspectivas y pesimismo global, pero fue curioso comprobar como al público de este musical se le quedó grabado el estribillo de la canción y como se pasó quince minutos repitiendo, como quien no quiere la cosa, "¡Qué mierda ser yo!".
Sobre el musical, tres detalles. Uno, es original. Y eso es una virtud casi siempre. Sobre el escenario se combinan música, baile, diálogos y muñecos. En este peculiar barrio conviven personajes de carne y hueso y otros de tela. La puesta en escena de los actores que manejan a los muñecos obtiene nota, pues logran fusionarse a la perfección con el personaje al que agarran por sus santas traseras.
Segundo detalle, la historia es típica: chico lleno de sueños llega a barrio nuevo y descubre que la vida no es fácil. Por medio, chica (o mejor dicho, monstrua) se enamora de chico y, a pesar de las dificultades, al final el amor y los sueños triunfan... Ni la inclusión del álter ego de Gary Coleman cambia mucho el manido argumento. Aunque aquí, curiosamente, no hay villanos, aunque sí 'ositos de las malas ideas'.
Y tercero, tampoco hay que esperarse el espectáculo mas irreverente del mundo. A pesar de la advertencia (más publicitaria que otra cosa) de que no está recomendada 'para menores', los gags más subidos de tono son pellizcos de monja si los comparamos con los que uno puede ver en series como 'Aída', obras como 'Animales' o tertulias de 'gatos al vino'. No veremos, y mira que lo siento, a beatas rezando en círculos en la plaza de Tirso de Molina; ni los despachos de los productores atestados de querellas de colectivos de inmigrantes, homosexuales, feministas, integristas, prostitutas o psicoterapeutas ofendidos.
Si tiene hijos espabilados, de esos a los que ya no hay que explicarles cómo se hacen los niños, no dude en llevarlos a pasar una divertida noche al teatro musical. Así se evitarán lamentos cuando se licencien y piensen que se van a comer el mundo. Criaturas...
Sobre el musical, tres detalles. Uno, es original. Y eso es una virtud casi siempre. Sobre el escenario se combinan música, baile, diálogos y muñecos. En este peculiar barrio conviven personajes de carne y hueso y otros de tela. La puesta en escena de los actores que manejan a los muñecos obtiene nota, pues logran fusionarse a la perfección con el personaje al que agarran por sus santas traseras.
Segundo detalle, la historia es típica: chico lleno de sueños llega a barrio nuevo y descubre que la vida no es fácil. Por medio, chica (o mejor dicho, monstrua) se enamora de chico y, a pesar de las dificultades, al final el amor y los sueños triunfan... Ni la inclusión del álter ego de Gary Coleman cambia mucho el manido argumento. Aunque aquí, curiosamente, no hay villanos, aunque sí 'ositos de las malas ideas'.
Y tercero, tampoco hay que esperarse el espectáculo mas irreverente del mundo. A pesar de la advertencia (más publicitaria que otra cosa) de que no está recomendada 'para menores', los gags más subidos de tono son pellizcos de monja si los comparamos con los que uno puede ver en series como 'Aída', obras como 'Animales' o tertulias de 'gatos al vino'. No veremos, y mira que lo siento, a beatas rezando en círculos en la plaza de Tirso de Molina; ni los despachos de los productores atestados de querellas de colectivos de inmigrantes, homosexuales, feministas, integristas, prostitutas o psicoterapeutas ofendidos.
Si tiene hijos espabilados, de esos a los que ya no hay que explicarles cómo se hacen los niños, no dude en llevarlos a pasar una divertida noche al teatro musical. Así se evitarán lamentos cuando se licencien y piensen que se van a comer el mundo. Criaturas...
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