martes, noviembre 30, 2010

¡Felicidades, Sonso!

Lo reconozco. Cuando un periodista publica un libro no salgo entusiasmado a hacerme con un ejemplar. No sé por qué se dispara en mí un resorte que me hace recelar. Tal vez detrás de eso sólo se esconde la envidia de no tener nada que contar que merezca la pena.

Pero claro, Sonsoles Ónega es compañera no sólo de profesión, sino también de medio, empresa y mesa. Ella me encanta, como periodista y como persona. Así que hice una excepción –que no hubiera ni siquiera contemplado de no conocerla- y cuando en mayo de 2010 salió a la venta su novela adquirí una. La verdad es que empecé a leerla inmediatamente, aunque como hago con muchos libros, lo aparqué. Pero no porque no me interesara. Al contrario. Simplemente porque soy así. Hago lo mismo con las mandarinas.
Cojo un par, pelo una, la pruebo y, si me gusta, paro; mondo la segunda, me la como y retomo la primera. Así siempre quedo satisfecho y con buen sabor garantizado. Y con Encuentros en Bonaval es lo que he hecho. Tras unos meses de dejarlo reposar en la mesilla, retomé sus páginas hace unas semanas.

Y así volví a pasearme por las calles de Santiago en ese universo maravilloso que Sonsoles ha creado en torno a Timoteo, el cazador de pensamientos. Una pena el “Mariana sueña con ser periodista en la ciudad de Santiago” (de Compostela) con el que arranca la sinopsis. Porque el que se quede ahí y, como yo, recele, se perderá una obra fantástica. “Claro, es amiga” puedes pensar. Sí, lo es. Pero por la misma razón para qué exponerme. Ella ya sabe lo que pienso de su novela. Se lo he dicho personalmente. Sin embargo creo que merece la pena. Sólo por algunas pinceladas con las que te envuelve merece la pena.

No es la primera vez que me ocurre algo así. Era tan bella, de otro periodista, Francisco Peregil, también me fascinó. Sin embargo, seguiré sin lanzarme a las librerías cuando otro compañero escriba un libro. Luego, haré la excepción que me parezca y, seguro, me volverá a gustar.

Confieso que, además, ha coincidido acabar el último capítulo de Encuentros en Bonaval y que hoy -30 de noviembre- es su cumpleaños. Ante tal conjunción astral no me he podido resistir. Sonsoles, felicidades. Sigue ejerciendo y sigue escribiendo. Viendo el resultado, no me importa haberme saltado contigo una segunda regla: el cohecho periodístico, aunque en este caso sea un cohecho emocional. 

Y ya puestos a delinquir, apunta: El renacimiento de Eva, de Belén García Hernández. No es periodista (en ejercicio), pero sí compañera de producción. Sólo voy a decir una cosa: el comienzo es, para mi gusto, lento hasta el paroxismo. Tiene su explicación. Es su homenaje a la novela victoriana del XIX, época y ubicación en la que transcurre el relato. Si el lector tiene un poco de paciencia, no se arrepentirá. Pero he dicho que sólo iba a decir una cosa, porque no voy a ser yo quien haga la recomendación. Y más cuando otra persona ya lo ha hecho así: “De una tenacidad extraordinaria, con un amor por la palabra poco común, cuando tuve el placer de ser su profesora me sorprendió su aplicación y una humildad conmovedora. Cuando he tenido la ocasión de leer algo de ella, he podido comprobar que escribe como es: con la certeza de que tiene entre manos un material delicado, de precisión […] Frente a quienes con palabras huecas se pierden, se alza el orfebre, la encajera de versos, el ebanista que ha de tocar con las manos las muescas en la madera […] En un oficio que se caracteriza por la enorme autosuficiencia, la vanidad desmedida y una pedantería sin causa, Belén y su rastro de letras, que esparce casi disculpándose por ello, resulta una lección para muchos. Es por eso por lo que le dedico mi último prólogo…” Y si lo dice Espido Freire, pues para qué lo iba yo a estropear.

Encuentros en Bonaval, de Sonsoles Ónega, publicado por temas’de hoy 
El renacimiento de Eva, de Belén García Hernández, de la editorial Alhulia

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