
Sabéis de mi
debilidad por esa fiera de la escena llamada
Nuria Espert. Y semejante monstruo de las tablas le iba como anillo al dedo a
La loba que imaginó
Lillian Hellman
para retratar la ambición y la falta de escrúpulos, pero a la vez el
sueño, la inteligencia y la superación. Esa paradoja en un mismo ser,
esa mezcla perfecta entre agresividad, dureza y ternura, es la viva
imagen del lobo aullando a la luna llena. Y la encarna a la perfección
ese animal del teatro. Ella sostiene una obra profunda, cruda. Las risas
del público en algunos momentos verdaderamente dramáticos, intensos,
estremecedores creo que sólo obedecen al afán del personal de ir a un
espectáculo predispuesto a divertirse. Pero bueno, cada uno amortiza la
entrada como soberanamente quiere. Una pena. No sé qué se le tiene que
pasar por la cabeza a un actor en un momento así, astringente, y que la
reacción del respetable sea una risilla cómica. Acostumbrados estarán.
Actores que, junto a la Espert, dan una buena cristalización a la obra
del
Centro Dramático Nacional y
Juanjo Seoane.