Un poco vividor, sí. Pero es lo que tiene la noche. Siempre he admirado a los discjockeys que aportan valor añadido. Para pinchar discos, vale cualquiera. Para crear una línea musical coherente, la cifra se reduce. Y casi se queda en la mínima expresión si añadimos otra incógnita a la ecuación: fusionarse con el público.