Lo reconozco. Cuando un periodista publica un libro no salgo entusiasmado a hacerme con un ejemplar. No sé por qué se dispara en mí un resorte que me hace recelar. Tal vez detrás de eso sólo se esconde la envidia de no tener nada que contar que merezca la pena.
Pero claro, Sonsoles Ónega es compañera no sólo de profesión, sino también de medio, empresa y mesa. Ella me encanta, como periodista y como persona. Así que hice una excepción –que no hubiera ni siquiera contemplado de no conocerla- y cuando en mayo de 2010 salió a la venta su novela adquirí una. La verdad es que empecé a leerla inmediatamente, aunque como hago con muchos libros, lo aparqué. Pero no porque no me interesara. Al contrario. Simplemente porque soy así. Hago lo mismo con las mandarinas.