martes, diciembre 21, 2010

Como un chef cocinando con la Thermomix


Serán las luces de Navidad que nos atontan... Este post está escrito desde la melancolía que produce el paseo por la Plaza Mayor -donde uno espera encontrar a Chencho- y la Puerta del Sol -donde uno suele toparse con la última persona que desearía encontrar- en una tarde de diciembre, víspera del sorteo del Gordo.

El centro de Madrid en estas fechas me huele a mi infancia. A la tabarra que nos soltaba mi madre antes de salir del metro sobre los peligros de perdernos entre tanta gente; el miedo que despertaban en mí esos hombres que usurpaban la personalidad del verdadero Papa Noel; la ilusión de llevarles la carta a los Reyes Magos, omnipresentes en cada esquina y centro comercial de la zona; querer comprar todo lo que se vendía en los puestos, y conseguir al fin una figurita más para el Belén; la dulce recompensa de churros y chocolate por haberse portado bien aquella tarde...

Por eso, o quizá porque las luces de Navidad nos atontan, esta tarde también he recordado la ilusión con la que surgió en mí la vocación periodística. Yo no era de los que se apuntaban a todas las guerras y terremotos -el miedo me hacía revisar cada noche los bajos de mi cama-, pero sí que me gustaba contar lo que ocurría y veía. Esperaba con la misma ilusión el 'Un, dos, tres' que la sintonía del 'Informe Semanal' y el rostro de Mari Carmen García Vela, a quien imitaba dando paso a los reportajes de aquel programa (vaya cabreo me cogí cuando la despidieron por anunciar un detergente). Me pasaba tardes tirado en la cama o sentado en la cocina, mientras mi madre planchaba, escuchando a Sardá y al señor Casamajor (y la desilusión al descubrir que ese hombre, al que yo ponía el rostro de mi abuelo, no existía en realidad). Y me acostaba con el transistor y los cascos, para dejar dormir a mis hermanos, mientras discutía con los de Hora 25 (con todos menos con Carlos). Y me imaginaba charlando con los políticos en el Congreso, fumando Ducados y tomando cafés sólos, como veía que hacían los periodistas en los coleccionables de la transición que tomaba prestados de la biblioteca...

Pero esa historia de ilusión no es la mía y la que me ha tocado vivir, la verdad, ya no me ilusiona. Estar enganchado al twitter las 24 horas del día; asistir a ruedas de prensa donde el periodista está perfectamente acomodado delante del portavoz que no sabe/no contesta y cuyo 'jefe' no aparece/no se le espera; comentar en el Facebook hasta los retrasos del bus 51 que cojo todas las mañanas; replicar comida-merienda-cena la tontuna que el político suelta por la mañana y desayunármela al día siguiente bien mezclada con las tontunas de los opinadores de tontunas; unirme a ciberataques en defensa de la libertad de expresión que bloquean web que opinan distinto que ellos; comprobar que el futuro y la fortuna están en el navajismo, la ordinariez, la estupidez y el insulto reunidos entorno a la mesa camilla televisiva elevada al reconocimiento del público y la profesión (con caballo alado incluido).

Desde que estalló la dichosa crisis, unos 6000 periodistas se han ido a la calle, y ahí siguen. A otros, que empezaron en esto cuando el príncipe Felipe todavía calzaba pantalón corto, les han puesto al 'copy-paste' de teletipos, a minutar vídeos o a llamar a las recepciones de los hoteles por si localizan a la estrella de turno. Muchísimos han visto mermados sus mediocres sueldos -a pesar de las excepciones, ésta no es una profesión donde uno se hace rico-. La mayoría ha visto recortada su libertad de disentir y protestar ante las decisiones de sus jefes -cuanto más mediocres estos, más silencio exigen- temerosos de que les señalasen la dirección de la puerta...

Vamos, que yo de pequeño quería ser periodista. Pero ahora me siento como el que de pequeño soñaba con ser chef y se ve cocinando con la Thermomix.

1 comentario:

Chema Liza dijo...

Perfectamente dicho y explicado, Edu. Y aunque el Informe Semanal que yo veía de pequeño (con la música de Supertramp) lo presentaba Rosa Mª Mateo o Ramón Colom, sólo puedo estar de acuerdo. Y encima, resulta que somos una de las profesiones con menor prestigio. Será que ya sabe la gente lo mal pagados que estamos...