La película se llama Poesía. Creo que en Madrid sólo se exhibe en un cine, en los Golem. Así que me hago cargo de que verla fuera de Madrid o Barcelona puede que sea imposible (yo, por si acaso, se la he recomendado a mi madre). Es una producción de Corea del Sur, ese país demediado que sí vive en estado de alarma. Está dirigida por Changdong Lee (que ha llegado a ser ministro de Cultura de su país) y protagonizada de principio a fin por un ángel de 60 años llamada Junghee Yun.
Aunque la película tarda en arrancar, aunque tal vez sea en exceso morosa, finalmente es un prodigio de sensibilidad, de delicadeza, de poesía. Y no, no porque busque motivos presuntamente líricos, no porque se adorne con una fotografía preciosista, no porque recorra los vericuetos de una historia de amor de mujer y hombre.
Amor hay, a raudales. Pero no amor-pasión, sino amor-humano-fraterno. Amor del que aún hace posibles los milagros. Poesía es una película valiente y honesta como lo es su protagonista. Una valentía que hoy, en esta sociedad hedonista y fiada sólo a las apariencias, es un pecado imperdonable.
Ah, si todos buscáramos nuestro poema, y lo hiciéramos cierto más allá del papel. Si todos pudiéramos exhibir nuestro corazón tan limpio. Y sobre todo, si permitiéramos al otro, a ese otro, exhibir su corazón tan limpio.
Aunque la película tarda en arrancar, aunque tal vez sea en exceso morosa, finalmente es un prodigio de sensibilidad, de delicadeza, de poesía. Y no, no porque busque motivos presuntamente líricos, no porque se adorne con una fotografía preciosista, no porque recorra los vericuetos de una historia de amor de mujer y hombre.
Amor hay, a raudales. Pero no amor-pasión, sino amor-humano-fraterno. Amor del que aún hace posibles los milagros. Poesía es una película valiente y honesta como lo es su protagonista. Una valentía que hoy, en esta sociedad hedonista y fiada sólo a las apariencias, es un pecado imperdonable.
Ah, si todos buscáramos nuestro poema, y lo hiciéramos cierto más allá del papel. Si todos pudiéramos exhibir nuestro corazón tan limpio. Y sobre todo, si permitiéramos al otro, a ese otro, exhibir su corazón tan limpio.
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