Sabéis de mi debilidad por esa fiera de la escena llamada Nuria Espert. Y semejante monstruo de las tablas le iba como anillo al dedo a La loba que imaginó Lillian Hellman
para retratar la ambición y la falta de escrúpulos, pero a la vez el
sueño, la inteligencia y la superación. Esa paradoja en un mismo ser,
esa mezcla perfecta entre agresividad, dureza y ternura, es la viva
imagen del lobo aullando a la luna llena. Y la encarna a la perfección
ese animal del teatro. Ella sostiene una obra profunda, cruda. Las risas
del público en algunos momentos verdaderamente dramáticos, intensos,
estremecedores creo que sólo obedecen al afán del personal de ir a un
espectáculo predispuesto a divertirse. Pero bueno, cada uno amortiza la
entrada como soberanamente quiere. Una pena. No sé qué se le tiene que
pasar por la cabeza a un actor en un momento así, astringente, y que la
reacción del respetable sea una risilla cómica. Acostumbrados estarán.
Actores que, junto a la Espert, dan una buena cristalización a la obra
del Centro Dramático Nacional y Juanjo Seoane.
A mi gusto, Carmen Conesa, y mira que me agrada, e Ileana Wilson, son las que desentonan una pizca en este gran coro. Menudas voces la de Héctor Colomé o Víctor Valverde. Qué sinuosidad la de Ricardo Joven. Qué credibilidad la de Paco Lahoz. Y aunque un poco exagerado en gestos, el joven Markos Marín se ajusta perfectamente a un engranaje que tiene su lubricación ideal en Jeannine Mestre en un papel complicado como el de Birdie Hubbard.
Fotografías: David Ruano
En definitiva, un buen texto -el de la dramaturga y guionista Lillian Hellman, valiente y comprometida, 'bruja' para McCarthy, y en el que también participó su compañero Dashiell Hammett- y una buena puesta en escena a cargo de Gerardo Vera y todo su equipo artístico y técnico.
La loba se representa en el teatro María Guerrero de Madrid hasta el 10 de junio.
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