Sí, vale, no me he comido mucho la cabeza pensando un título. Prefiero comerme las mandarinas que me acabo de pelar. ¿Absurdo? Pues igual que pensar en hacer una peli muda a estas alturas de la película. ¡¡¡¡Y en blanco y negro!!!! Pero ¿qué invento es esto? que diría Sara Montiel. Pues Sara Montiel no, pero el cine estaba lleno de gente de edad. No sé si para recordar momentos pretéritos o, como hicieron las tres señoras que teníamos dos filas más adelante, tocarnos la moral por no decir algo inmoral. Algún día mandaré mi educación a paseo y la montaré gorda. No, no tenían ningún defecto visual. Ni auditivo (la cinta era muda, tampoco hubiera pasado nada). Pero ahí que se pegaron las tres hijas cada una de una madre o de la misma comentando cada jugada. Si el argumento tampoco era para tanto, ¡¡¡¡¡¡¡¡por Dios!!!!!!!!! En fin, que qué se le va a hacer. La próxima, me levantaré y, educadamente, me cagaré en sus muertos. Dicho lo cual, a lo que iba. Como siempre, intentaré no desvelar nada de la película más allá de lo que ya he dicho. Simplemente procuraré trasladar mis sensaciones.
La primera, y mejor, que parece que estás en un cine en los años 20. Esa estética cuidada en los títulos de crédito, esa música… Incluso ese toque de hacer el encuadre como un trapecio (la parte baja de la pantalla algo más ancha que la parte alta) que daba como una mayor grandeza a la pantalla. O, al menos, en la pequeña sala del cine en el que asistí a la película se veía así. Lo cierto es que con todos esos ingredientes lograron trasladarme en el tiempo casi un siglo. Y sólo por eso merece la pena. El argumento, lo dicho, sin pretensiones. La ambientación, muy trabajada. Y la interpretación, genial. Los secundarios (John Goodman y James Cromwell, entre otros), principales. El perro, Uggie, de Oscar (r). Bérénice Bejo, la protagonista, cautivadora. Y Jean Dujardin, no un trabalenguas sino el nombre del actor protagonista, fantástico. La verdad es que sólo lo había visto antes en una comedia, parodia del cine de espías, que un día pasó por delante de mí en un zapping y acabó quedándose hasta el final. En esa OSS 117: El Cairo, nido de espías, Dujardin hizo mucho más que una imitación a James Bond. No creo que esa película pase a la historia del cine (aunque todo es historia). Posiblemente, con más perspectiva, The Artist tampoco. Sería una pena, porque sólo el proyecto, y el resultado final, bien lo vale.
Michel Hazanavicius, el director, tanto de la saga del agente OSS 117 como de The Artist, ha querido hacer así un homenaje a los directores a los que admira, porque prácticamente todos proceden del cine del mudo. Yo me sumo a ese reconocimiento. A esa forma de valorar la imagen, de su fuerza para contar historias. La palabra es maravillosa, extraordinaria. Pero a veces, como alargar más este texto, sobra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario