Regalar un libro es sano, pero complicado. A ti te habrá gustado (si es que te lo has leído, claro), pero a mí me puede horrorizar tranquilamente. Y no te digo nada si no coincide en absoluto con los gustos propios. ¿Será que no me conoce? ¿Cree que soy así? Menuda paranoia. Elegir un éxito puede ser una solución. Un autor reconocido ayuda a acertar. Pero lo hace en la misma proporción con la que el regalo pierde personalidad. Cuando regalo un libro me gusta, al menos, que sirva para que esa persona descubra obra o escritor que, al menos a mí, me hayan llamado la atención. Y ya, acabo con la brasa previa inicial.
Para mi cumpleaños, una pareja de amigos me obsequió con una novela. Es de agradecer que viniera acompañada del tique de regalo. Aunque un regalo es un regalo. Y en mi caso no hacía falta. Además, se daban dos circunstancias: Una, que esta pareja tiene buen criterio. También lector. Y, dos, que acababa de volver de un viaje por escandinavia y el Báltico. En concreto, pasé por Estonia y Finlandia. Y resulta que la escritora es Sofi Oksanen, finlandesa. Y el libro, Purga, está ambientado en Estonia.