Lápiz y papel. Es lo básico. Lo esencial. Seguramente la materia prima que todos nos hemos animado a usar cuando en el pupitre nos creíamos artistas. Sin pretensiones. O con ellas. Y ese espíritu primigenio cala en la obra de Ignacio Alcázar. Trazo tan firme como onírico, arrancando jirones de esencia a una realidad cotidiana. Coloco la vista en un plano, me quedo con una parte y cuento una historia. Me gusta. Y la mezclo hasta saborear una metáfora visual que no ha hecho nada por esconderse. Veo y oigo. Ruidos, melodías, susurros. Cada obra, una escena. Cada escena, un espíritu de diseñador y arquitecto, pero ante todo, de un artista. Y un retratista. Porque con dos o tres detalles, un par de ojos, pelo y poco más, a veces nada más, logra introducirte en su universo. Lo mejor, que te capta, que lo consigue, que eres tú en todo. La esencia de la esencia
La exposición, en la galería Movart de Madrid, que a partir del día 5 colgará la obra de Miguel González de San Román. Tiene también muy buena pinta.